El triunfo de Donald
Trump, el pasado martes 5 de noviembre, en los comicios presidenciales de los
Estados Unidos generará
una profundización de tendencias que se venían gestado hace años en el
escenario internacional. Los líderes internacionales estuvieron en vilo
esperando los resultados de las elecciones, entre ellos, los jefes de Estado
miembros de la Unión Europea (UE), y los mismos representantes de Bruselas;
algunos – los pocos - ansiaban
el regreso del republicano a la Casa Blanca, ya que se presenta como el único líder
internacional capaz de poner fin al conflicto en territorio ucraniano, que
lleva más de dos años desarrollándose, ha generado un importante gasto para las
arcas de la UE, y con ello, una exaltación de las fracturas internas entre sus
países. Sin embargo, esto no es algo nuevo, ya que cada cuatro años la UE
espera con cierta ansiedad que el voto de los norteamericanos se defina con un resultado favorable a su política exterior transatlántica. ¿Cuál sería el resultado más temido por la mayoría de los líderes de la UE? Que
Trump cumpla efectivamente su promesa de campaña electoral, y que decida poner
fin a la guerra, a través de la quita de financiamiento en defensa a través de
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) - si bien, esto violaría
el Artículo 5 del mencionado Tratado -. Esto dejaría a la UE desarmada y
precipitaría un fin del conflicto favorable para Rusia.
En
relación con esto, hay dos puntos importantes para resaltar. Por un lado, la ya conocida dependencia estratégica de la UE respecto de los Estados Unidos. El triunfo de Trump no hace más que poner en agenda la política de defensa del bloque, y con ello la falta de un a política comunitaria y coherente que resguarde efectivamente el territorio y la población del continente de manera autónoma. Esto guarda estrecha relación, además, con la ralentización del crecimiento
económico que experimenta el bloque hace años, debido a una caída de su
productividad, y un aumento de la brecha en tecnología, en innovación, y en
materia de transición ecológica con los Estados Unidos, así como con China.
En este sentido, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha “llamado la atención” en la Cumbre Política Europea del 7 y 8 de noviembre, que tuvo lugar en Budapest, acerca de la necesidad de terminar con el atlantismo “ingenuo” que ha caracterizado la política exterior europea por décadas. Si la falta de autonomía en materia de defensa y seguridad es un hecho en el cual todos los lideres europeos concuerdan, no sucede lo mismo las posibilidades de financiamiento una política autónoma en la materia.
Por otro lado, cabe
preguntarse si la posición comunitaria de “defensa de la víctima (Ucrania)”,
impulsada sobre todo por la presidenta de la Comisión, Úrsula Von der Leyen, y
por la mayoría de los bloques del Parlamento Europeo, merecen aún el esfuerzo
de las economías nacionales del bloque; el aumento de los hidrocarburos
provenientes de Rusia ha afectado, no sólo a los sectores de la industria
dependientes de aquellos – con mayor o menor grados en cada uno de los países
-, sino que ha provocado un aumento del costo de vida, y con ello, del
malestar de gran parte de la población. La economía “de bolsillo” es un
ordenador de las preferenciales electorales, sucede en Argentina, en EEUU – ha
quedado demostrado con el arrasador triunfo de Trump -, y afecta en igual
medida a la política nacional en Europa. En relación con esto, no es evidente que la mayor parte de los jefes
de Estado de la UE aceptan el requisito de ingreso de Ucrania a la OTAN; la
llegada del republicano a la Casa Blanca podría precipitar una solución al
conflicto bélico que permita recomponer el diálogo y las relaciones comerciales
de más de una economía europea con Rusia. Con esto, Kiev sale perdiendo, y
Bruselas, también: el descreimiento del proyecto europeo – tal y como lo
conocíamos hasta ahora – va en aumento.
Las proyecciones acerca
de quiénes son los ganadores y los perdedores dentro de la UE no
tardaron en difundirse en los medios europeos, apenas horas después de
confirmarse la victoria de Trump. El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán -
quien, en más de una oportunidad se ha pronunciado a favor del republicano,
incluso lo ha hecho públicamente a través de su cuenta oficial en la red social
X -, al igual que la primer ministro de Italia, Giorgia Meloni, se
encuentran en el grupo de los ganadores. Exponentes ambos de la derecha radical
europea, con un discurso soberanista, fuertemente identitario, nativista y
nacionalista, Orbán y Meloni parecen estar preparados para el mundo del segundo trumpismo, si se considera su alineamiento ideológico a la prédica del
republicano, y los lazos personales que cada uno pueda tender con el
recientemente electo presidente.
Patriotas
por Europa (PPE), creado en junio de este año por Orbán - y que
logró convocar a otras derechas como Rassemblement National de la
francesa Marine le Pen, la Lega del italiano Matteo Salvini, y Partido
por la Libertad de Austria de Herbert Kickl, entre otros -, es el tercer bloque
en número de escaños en el Parlamento Europeo, con capacidad de influir en
futuras decisiones. PPE es el único bloque que impulsó una política exterior
pacifista, de cese del fuego en territorio ucraniano, y de acercamiento
con Vladimir Putin; a esto se suman, los reiterados bloqueos de Orbán a la
aprobación del financiamiento militar a Ucrania. Por su parte, los Reformistas
y Conservadores de Europa (ECR), el otro gran bloque de la derecha europea,
precedido por Meloni, se ha caracterizado siempre por su fiel alineamiento con
Washington, la confrontación con Rusia, y la búsqueda de una solución a la
guerra favorable a Ucrania. Más allá de esto último, Meloni ha sido uno
de los primeros líderes en hablar telefónicamente con Trump, y expresó, también
por su cuenta en X, “el compromiso se mantener la sólida alianza (...),
y la profunda y sólida amistad entre Roma y Washington”. La italiana juega
para la política local, y su figura se proyecta como un futuro “puente” entre
los líderes de la UE y el electo presidente.
Resta ver, a partir de enero del próximo año, cómo Orbán y Meloni logran llegar a acuerdos con un segundo Trump “recargado”, caracterizado por su imprevisibilidad en la política exterior, y por la puesta en marcha de medidas económicas y comerciales que afectarán de seguro a la propia UE, la gran perdedora del pasado 5 de noviembre. La comunidad ideológica que Orbán y Meloni tienen entre ellos, en líneas generales, pero no así con el resto de la UE – sobre todo, con los “populares” de Von der Leyen, que mantienen aún la mayoría del Parlamento Europeo – puede impulsar un nuevo atlantismo de cara al triunfo de Trump en EEUU; y cabe alcarar que esta misma asociación ideológica es compartida por el mismo Javier Milei.
Como hemos dicho, la prospectiva no es auspiciosa para el bloque, y a las futuras tensiones que se esperan en el escenario internacional, se le suman las fracturas internas; todo hace pensar que serán las relaciones vis a vis entre entre los líderes europeos y Trump, las que permitan llegar a futuros acuerdos entre los paises de la UE y Washington.