El kirchnerismo ha muerto, aunque no a causa de la prisión de su líder, sino por la inactualidad de sus ideas y formas. Sin embargo, dice el autor, el peronismo -que es activista- sigue vivo, y está a la búsqueda de un nuevo líder que sintonice con el momento actual.
Carlos Daniel Lasa
8 de julio de 2025
El kirchnerismo irrumpió en la escena política peronista hace poco más de 20 años, marcando un nuevo episodio dentro del movimiento. A mi modesto entender, este capítulo está llegando a su fin. La dirigente, viuda de quien fuera también su predecesor político, hoy se encuentra privada de la libertad y con inhabilitación perpetua para ejercer funciones públicas.
Sin embargo, como trataré de plantear a continuación, la agonía del kirchnerismo no traerá aparejada la del peronismo. Este último seguirá existiendo, aunque se verá obligado a buscar un nuevo líder y a asumir nuevas formas históricas que le permitan, una vez más, alcanzar la hegemonía política. Por lo pronto, su influjo cultural sigue teniendo vigencia en las universidades nacionales, en diversos organismos públicos, clubes deportivos y en ciertos gremios.
A continuación, deseo explicar la tesis que sostengo y que está formulada en el título del presente escrito. La esencia del peronismo, ya lo he expresado en mi libro ¿Qué es el peronismo? Una mirada transpolítica (1) , es la expresión vernácula del fascismo. Frente a las diversas interpretaciones que se han hecho del fascismo, me veo obligado, aunque sea a grandes rasgos, a determinar la naturaleza de éste. Pero hay otro aspecto: a este empeño se suma el uso cada vez más ligero del término, aplicado hoy al enemigo que se busca eliminar.
1. La interpretación crociana, o liberal, del fascismo
La palabra fascismo se utiliza no pocas veces con la intención de estigmatizar al enemigo eventual. Hay una marcada trivialidad en el uso de esta categoría, la cual ha sido señalada por algunos autores, entre los cuales se cuentan Javier Rodrigo y Maximiliano Fuentes (2). Sergio del Molino, en el prólogo del escrito de los dos autores referidos, expresa: “No se me ocurre un término político más vacío que fascista. Aparece en cualquier contexto y dirigido contra cualquiera.” (3)
Está claro que esta categoría es, por naturaleza, negativa. Como diría Augusto Del Noce, es una clasificación demonológica eterna (aun cuando quien la utilice sea un historicista) que se aplica a todo aquel que se percibe como adverso y al que se pretende aniquilar.
Volviendo a la cuestión de las interpretaciones del fascismo, considero que la que ha ofrecido el filósofo italiano Benedetto Croce ha ejercido un influjo considerable. Croce veía al fascismo como un fenómeno contrario a la idea de modernidad, entendiendo a esta última como el camino trazado por la razón humana hacia la radical inmanencia. De allí que, sostenía Croce, el fascismo fuera un movimiento esencialmente antirrevolucionario.
Por eso, siempre según Croce, la Iglesia católica debía situarse del lado del fascismo por su rechazo a la modernidad. El filósofo italiano, en su escrito Storia d’Europa nel secolo decimonono, hace referencia a la existencia de dos religiones en pugna: la religión liberal y la religión católica. La primera tiene como fin la mismísima libertad; la segunda, la vida eterna, ultramundana.
Respecto de la religión de la libertad, Augusto Del Noce, sostendrá acertadamente, que “el ideal político de la libertad es el correlato de la concepción inmanentista e historicista de la realidad” (4). Esta última es, precisamente, la posición de Croce.
De este modo, el fascismo es presentado como un fenómeno reaccionario, es decir, como el intento político de defender la genuina tradición occidental frente al inmanentismo propio de la modernidad y a su intento de exclusión de la divinidad. Desde esta perspectiva puede entenderse que, tanto para el pensador italiano como para el liberalismo, todo aquel que hable en términos de valores eternos sea un fascista en potencia, negador de la historicidad radical del ser.
Por esta razón, el fascismo se presenta como una fuerza maligna, irracional, cuyo principal intento consiste, echando mano de la fuerza, en frenar el ineluctable movimiento histórico. Este último, cuya ley es la dialéctica, no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, tal como lo expresara Federico Engels en su escrito Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.
2. Otra versión del fascismo
El destacado filósofo italiano Augusto Del Noce señaló que las posiciones tanto de Mussolini como de su filósofo, Giovanni Gentile, debían encontrarse en virtud de su coincidencia filosófica. En efecto, Mussolini había pensado en la existencia de una filosofía “después de Marx” y la había visto patentizada en Friedrich Nietzsche; Gentile, por su parte, pensaba lo mismo, aunque él la plasmó en su propia filosofía actualista. (5)
Pero ¿qué hizo Gentile? En su escrito La filosofia di Marx, procedió a inverare a Marx, es decir, buscó hacerlo verdadero quitándole a su sistema filosófico el aspecto de materialismo y dejando solo su dimensión dialéctica. La materia es autoidéntica; la dialéctica, identificada con el pensar, es puro movimiento. De este modo, Gentile alumbra su actualismo por cuanto la dialecticidad del espíritu significa, esencialmente, dinamicidad y libertad, creatividad y novedad fuera de toda realidad dada.
Para Gentile, entonces, más allá del dinamismo esencial de lo real identificado con el acto de pensar, nada existe. El movimiento eterno, el continuo farsi (hacerse) no tiene otra finalidad más que su autoafirmación. El objetivo del movimiento no es alcanzar un fin determinado, sino continuar moviéndose. El despliegue es autoafirmación de sí mismo y, por lo tanto, superación necesaria de toda realidad que pretenda detenerlo.
Cabe preguntarse ¿qué tendría, entonces, el fascismo de movimiento reaccionario? En esta visión propia del fascismo, nada queda en pie, excepto el eterno farsi del pensamiento o (lo que es lo mismo) el desenvolvimiento de la historia. Vida del espíritu e historia, en Gentile, son la misma cosa. (6)
La categoría propia del fascismo no es, precisamente, la de tradición, ni mucho menos la de inmovilismo, sino la de revolución. Este movimiento posee intrínsecamente un Pensar que guía el proceso y que se sitúa siempre más allá de los espíritus finitos en cuanto superación de los mismos. Este Espíritu es la síntesis, la unidad de la diversidad de todos los momentos, aunque sea síntesis siempre inacabada en virtud de su eterno movimiento.
Este Espíritu no es un Dios distinto del mundo, sino un dios en movimiento perpetuo e inmanente a la historia. Desde esta perspectiva, el actualista es un filósofo religioso en tanto sigue los movimientos históricos determinados por el Espíritu universal inmanente con el cual está re-ligado.
El movimiento del Espíritu, que es pura Acción, genera el fascismo, o sea, una forma cultural-política caracterizada por el activismo. De ahora en más, todo, incluida la persona humana, deberá convertirse en un mero instrumento de esa Acción que solo tendrá a ella misma como fin. La voluntad ya no es voluntad de bien, sino voluntad que se quiere a sí misma.
3. La confusión entre la esencia del fascismo y su necesaria encarnación
Frecuentemente, como sucede con alguna de aquellas oposiciones al fascismo en su época de hegemonía en Italia, se confunde al fascismo con las formas de las que este se ha valido para realizarse concretamente en la historia. Así, se pierde su verdadera esencia. Vale decir, ese continuo hacerse necesita encarnarse en formas históricas determinadas ya que las mismas le permiten su presencia, aquí y ahora, aunque solo sean consideradas como puros medios transitorios y descartables para la preservación y acrecentamiento de su propio ser.
En mi libro sobre el peronismo cito la siguiente frase de Benito Mussolini que da perfecta cuenta de lo que acabo de afirmar. Expresa Mussolini: “Nosotros no creemos en los programas dogmáticos… Nosotros nos permitimos el lujo de ser aristócratas y demócratas, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios, legalistas y no legalistas, según las circunstancias de tiempo, de lugar, de ambiente.” (7)
Reitero: la necesidad que tiene el Espíritu, el movimiento eterno, de encarnarse, lo conduce a asumir formas históricas perecederas y, por lo tanto, absolutamente descartables. Identificar al fascismo con la asunción de determinadas formas históricas en determinado tiempo es un gravísimo error por cuanto uno se ve impedido de captar su verdadera esencia que es, activismo. De allí la confusión de Croce al situar al fascismo del lado de la Iglesia católica porque en determinado momento, a Mussolini, le convenía mantener buenas relaciones con la misma.
4. El kirchnerismo
Considero que el “kirchnerismo” ya ha cumplido su ciclo. Lo mismo ha sucedido con el menemismo (y otros) antes que él. Cada uno de estos momentos estuvo signado por la conducción de un líder indiscutible detrás del cual se alineó todo el movimiento peronista. De allí que no ignoremos la importancia que en el peronismo tiene la figura del líder. Este último se legitima por haber tenido la capacidad de sintonizar con la tendencia que el Espíritu Universal marca en determinada época histórica.
Sin embargo, esta religión inmanente, propia del peronismo de Juan Domingo Perón, ha desaparecido en las versiones posteriores del peronismo. (8) Los líderes peronistas que sucedieron al General Perón, ya no siguen las indicaciones del dios inmanente sino las tendencias hegemónicas asumidas por la sociedad. En este sentido, el líder asume diferentes formas a las que considera como cambiantes y perecederas, detrás de las cuales se encuentra la presencia de una voluntad de poder que nunca se transforma y que jamás es desechable.
El kirchnerismo, durante toda la etapa que precede al gobierno de Milei, se valió de determinadas formas históricas con las cuales disfrazaba una autoafirmación de sí mismo, de su propio querer absoluto. Es decir: esta visión de una realidad como un continuo hacerse, autofundarse y autoelegirse al margen de toda finalidad distinta de ella, se ve obligada a asumir un contenido exterior que es, por sí mismo, completamente ajeno a su disposición original.
La esencia del fascismo, tanto como del peronismo y de sus más diversas modalidades, es el activismo, la mística de la acción por la acción misma. Expresa Del Noce: “El juicio del activista es el siguiente: ‘es mi acción la que da realidad al mundo’. Correlativamente, las ideas se reducen a formas en las que el sujeto se presenta para disponer mejor de sí mismo y de los demás.” (9)
Siguiendo esta lógica, el kirchnerismo asumió los ropajes que parecían hegemónicos en su momento y que habían sido generados por la dinámica social: ideología de género, inclusión, aborto, concepción paternalista del estado, etc. La misma líder, recientemente, advirtió, aunque tardíamente, que muchas de estas formas habían perdido consenso social y que era preciso abandonarlas para pasar a asumir otras. En este sentido, señaló en uno de sus discursos que una de esas nuevas ideas sería la de “Estado eficiente”.
Si bien el kirchnerismo ha muerto, aunque no a causa de la prisión de su líder, sino por la inactualidad de sus formas que fueron efectivas en otro momento histórico, el peronismo goza de buena salud. A partir de su lógica activista, en estos momentos está ocupado enteramente en la búsqueda de un nuevo líder que sea capaz sintonizar con nuevas formas que sean más atractivas para el electorado argentino.
¡El kirchnerismo ha muerto, viva el peronismo!
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(1) Salta, EUCASA, 2018, 2020 2 . Me he inclinado por desarrollar el presente trabajo con un mínimo de referencias externas; por esta razón, remito al lector, junto al libro ya referido, al artículo La filosofía configuradora del ser del peronismo. En Oxímora. Revista Internacional de Ética y Política. Barcelona, Universidad de Barcelona, n° 19, jul.-dic., 2021, pp. 32-49.