En nuestra era de nacionalismos suele decirse que lo nacional a reconstruir está en la cultura, la identidad y el espíritu. Pero la nación como bandera y sentimento viene de la mano de una infraestructura material y territorial. John Agnew, el pensador geopolítico de nuestra época, sostiene que un movimiento hacia la nación tiene dos partes: primero, la separación territorial de la entidad preexistente, y segundo la integración fiscal y territorial de sus partes. En términos argentinos, esto sería la independencia primero, y la construcción del estado después. La que, como recuerda Rosendo Fraga, asociamos a Roca y las realizaciones militares e institucionales de su era.
En el plano de la política electoral, Argentina se quedó sin un verdadero "partido nacional" porque el único que parecía expresar ese rol entró en crisis. El peronismo tenía la capacidad simbólica de representar la defensa del interés nacional y las aspiraciones de ascenso social de los argentinos, y además era una organización política que estaba presente en todos los rincones del país. Movimiento nacional y popular significaba que en todas las localidades había al menos una unidad básica, y que en todas las provincias había un partido peronista en condiciones de competir por el poder. Esa capilaridad solo la tenía el movimiento fundado por Perón, y en menor medida el radicalismo; el resto de las fuerzas políticas -liberales, socialistas, izquierda, provinciales, PRO- con suerte tenían presencia efectiva en algunos pocos distritos.
La construcción de ese partido nacional se había hecho a toda velocidad, y con la ayuda del ejercicio del poder. En 1946, el outsider Perón llegó a la presidencia meteóricamente: nunca había sido legislador, ni intendente ni gobernador, y su partido político era bastante precario. Pero desde la presidencia construyó un amplio partido nacional, sobre cuyos escombros (re)nacería a principios de los 70 el Partido Justicialista. Hizo algo que nunca nadie había hecho, y que ya no se repetirá: llevó la democracia a las nuevas provincias de la Patagonia y del Nordeste, los antiguos territorios nacionales conquistados por Roca, de la mano del partido peronista.
Hoy el peronismo ya no ostenta el espiritu de movilidad ascendente de la argentinidad, y tampoco está en todos lados. En muchas provincias se convirtió en un mero partido testimonial, que ya no gana elecciones, o en una fuerza provincial que se corta sola y no participa del justicialismo nacional. El PJ que quiere presidir Cristina Kirchner hoy es, como se dijo alguna vez, una cáscara vacía.
Eso sí, puede jactarse de que está en igualdad de condiciones con el resto. La UCR y el PRO apenas pueden decir que son realmente nacionales, y La Libertad Avanza recién ahora se está armando en todo el país. El sistema partidario se partió. Y estas cuatro fuerzas, junto a alguna que otra en gestación, quieren reconstruirlo. Cristina Kirchner y Mauricio Macri buscan volver a liderar, y la UCR presidida por Lousteau se refugia en la causa universitaria para reecontrarse consigo misma.
Pero el mileísmo detenta el poder de la agenda política.
Si algo nos recordó Milei en las elecciones de 2023 es que se puede liderar una corriente política nacional sin contar con un aparato político territorial. Al mismo tiempo, el fenómeno Milei mostró que sin ese aparato político territorial se pierden las elecciones provinciales. El mileismo es fruto de esa dualidad: un liderazgo presidencial sin gobernadores, ni intendentes, y con una muy débil -en todo sentido- expresión legislativa.
Milei encomendó a su hermana Karina la construcción del partido nacional que no tiene. Viajar a las provincias, reunir y afiliar personas, abrir locales partidarios. El famoso "trabajo territorial". Pero en realidad, la fuerza que crea la fuerza no es todo ese conjunto de pequeñas actividades y logros cotidianos desde abajo, sino la idea que los "trabajadores territoriales" salen a vender. Que se vende sola. El mileísmo entra por arriba, por el medio, por los dispositivos celulares, por las redes sociales. Lo que penetra es el concepto, la idea que Milei le entregó a sus influyentes digitales para que diseminen a discreción. Milei ganó holgadamente las elecciones presidenciales en provincias que nunca visitó, y en localidades donde no había un solo afiche con su cara.
En la Argentina sangrante de 2024, el trabajo territorial es una tarea necesaria pero secundaria. Es tiempo de conceptos y batallas culturales, la idea es lo que reconstruirá el partido nacional, y en esa arena Milei lleva la delantera. Las empresas (re)constructoras de Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Martín Lousteau apelan, de diversas formas, a un pasado que pocos añoran. Milei, al contrario, promete un ideal a una sociedad que había caido en la desesperanza. La ventaja de Milei es que conecta con las críticas al estado y la política que se habían popularizado, y al mismo tiempo logró representar a los nuevos núcleos duros movilizados por el malestar cultural de nuestra época. Con esas dos herramientas, Milei hoy busca construir un nuevo movimiento nacional y popular, que esta vez es conservador y antiprogresista, en una sociedad fragmentada por la desilusión. Con la sola idea ya tiene las condiciones para ser minoría intensa; si logra resultados económicos palpables antes de las elecciones de 2025, podrá ser una nueva mayoría. .