En los últimos años se ha montado una gran industria del juicio por violencia de género en Argentina. Esta práctica abusiva, que era un secreto a voces de los tribunales y ya dejó de serlo, perdió todo decoro y está haciendo mucho daño, porque a diferencia de otras "industrias" judiciales, aquí se juegan cosas más serias que el dinero.
Abogados civilistas y penalistas que consultamos admiten que hasta el 50% de sus casos está atravesado por este tipo de denuncias, y que los juzgados están abarrotados; por suerte, agrega una de nuestras fuentes, hay jueces y funcionarios judiciales que comienzan a hacerse cargo de que esto se convirtió en una epidemia, y tratan de ponerle freno desde la práctica procesal. Pero la industria sigue y seguirá allí, porque el marco legal vigente es propicio para que se desarrolle aún más.
Desde la vigencia de la Ley de Violencia de Género, las mujeres tienen un poder especial sobre los hombres. El enfoque jurídico de género supone que las mujeres son un grupo vulnerable y especialmente afectado por la violencia -aunque las estadísticas dicen que los hombres asesinados son diez veces más que las mujeres asesinadas- y por eso establece un régimen especial de protección, que se caracteriza por la intervención inmediata y el establecimiento de medidas preventivas ante la denuncia misma, sin necesidad de que haya pruebas o sentencias. La sola denuncia por parte de una mujer logra cosas como la exclusión de los varones de sus domicilios o lugares de trabajo, la suspensión del contacto con sus propios hijos, o las famosas perimetrales que les impiden acercarse a lugares señalados como factores de riesgo. Asimismo, dados los tiempos eternos de los tribunales, estas medidas preventivas se extienden por años, afectando todos los derechos básicos del varón denunciado mientras se comprueba si la denuncia fue verdadera o falsa.
El enfoque de género se convierte en un régimen de excepción desde que una denuncia por parte de una mujer le tira al varón todo el poder punitivo del estado encima, e invierte la carga de la prueba: para que le levanten las medidas preventivas es el acusado quien debe demostrar que no hizo nada, además de cargar con el estigma social de ser un "violento de género", porque el concepto de "yo te creo, hermana" le confiere a las mujeres, por el solo hecho de ser mujeres, una credibilidad a prueba de todo. Partiendo de la premisa anterior: dado que las mujeres son víctimas débiles de la sociedad, y denunciar de por sí "es algo que les resulta muy difícil", entonces la sola denuncia, además de heroica, "debe ser cierta".
Tamaña "cancha inclinada" contra el masculino es un incentivo enorme para el florecimiento de la industria de moda. La denuncia es algo muy sencillo de hacer, que ofrece victorias parciales seguras e inmediatas a las mujeres denunciantes. Y los varones, temerosos del aparato punitivo de género del estado, son presas fáciles a la presión. Las mujeres que se separan de sus parejas, sean éstas matrimonios, noviazgos o relaciones informales, y en particular si están despechadas o son simples ventajeras, tienen a disposición la posibilidad de presionar económicamente a sus exmasculinos, quienes para evitar las falsas denuncias suelen acceder a propuestas llevadas adelante por extorsionadores con título de abogados.
La conversación suele ser así: mi clienta fulanita te va a poner una denuncia por violencia de género. Te van a excluir de tu casa y no vas a poder reingresar. Además, no vas a volver a tus hijos, te van a echar del trabajo y te vamos a escrachar en redes sociales. Tu vida va a quedar destruida. Pero todo esto se podría evitar si llegamos a un acuerdo extrajudicial. Obviamente, ese acuerdo extrajudicial consiste en una abultada cifra en dólares crocantes, que serán repartidos entre la arribista y el extorsionador matriculado. El cual utilizará un vocabulario muy sutil durante toda la conversación, para evitar ser grabado y contradenunciado por el masculino extorsionado.
Hay cada vez más abogados civilistas "especializados en violencia de género" que ofrecen sus servicios a mujeres despechadas o inescrupulosas, que incluye recomendaciones sobre cómo fingir lesiones o entrenamiento en el arte de lograr la exclusión del hogar. Paralelamente, surgió también una nueva camada de "abogados de hombres" que se declaran especialistas en contrarrestar las estrategias de género, y que cobran honorarios abusivos a los masculinos asustados que piden ayuda, porque creen que su vida está al borde del fin. No es fácil ser hombre en estos tiempos.
La industria de moda recuerda mucho a la conocida "industria del juicio laboral". En este caso, y aprovechando un marco legal y una practica judicial inclinada a favorecer siempre al trabajador en casos de despido, se fue creando una cultura de empleados en relación de dependencia que juegan en forma desleal a sus empleadores, fingiendo despidos encubiertos o causales de demanda. En este caso, también, la "industria" es fomentada tanto por abogados laboralistas "de trabajadores" que se especializan en "orientar" a empleados a sacar el máximo provecho de la litigiosidad, como por estudios legales "de empresas" que cobran aún más caro por ayudarlas. El resultado, en el mundo del trabajo, ha sido una fuerte desconfianza entre empleadores y empleados, por la cual los primeros toman mil recaudos antes de tomar a un trabajador, o directamente prefieren tercerizar servicios o no contratar a nadie. Justificado o no, el pánico al juicio laboral se ha instalado entre los empresarios, sobre todo en pymes, que viven pidiendo a la política reformas laborales para sacarse de encima a los laboralistas.
Y en el mundo de las relaciones de pareja está ocurriendo lo mismo. Hay toda una generación de varones que tiene miedo a las mujeres, y que planifica su vida evitando el enamoramiento, las relaciones de pareja e inclusive la posibilidad de invitar a una mujer poco conocida a su domicilio. En youtube y otras redes sociales abundan los "especialistas en relaciones de pareja" que aconsejan a varones cómo detectar las "red flags" de las mujeres problemáticas, y alejarse de ellas ante la primera señal preocupante de pañoverdismo o victimismo. Y como proyección de estos problemas que surgen entre adultos jóvenes y no tan jóvenes, se consolidó el fenómeno global entre adolescentes que ya han destacado diferentes notas y libros: la brecha creciente entre niños conservadores antifeministas y niñas progresistas feministas, que ya no saben cómo relacionarse entre sí, convirtiendo a las parejas románticas heterosexuales en un fenómeno de excepción en el mundo de los adolescentes.
Los efectos políticos del punitivismo feminista son evidentes: el rechazo al mismo entre varones jóvenes fue uno de los motores de la expansión de las nuevas derechas y la innegable popularidad de las críticas a la ideología de género. El movimiento feminista no se hace cargo de que el rechazo se basa en un fenómeno social, y sigue apelando al victimismo: prefiere hablar de ultraderecha, reacción conservadora y fascismo en lugar de permitirse ver que el punitivismo dio lugar a un sinfín de abusos y auna industria nefasta que están beneficiando más a los abogados caranchos que a las mujeres reales. Y que dio existencia a una violación masiva de los derechos de los hombres y los padres, con impactos sociales en la vida cotidiana de millones. Este es un fenómeno real, que generó una concreta reacción social y cultural.
La ausencia de autocrítica del movimiento feminista es un error grave. Podría revitalizarse si las referentes feministas reconocieran que el punitivismo de género provocó mucho daño. Ellas deberían ser las primeras en combatir a los abogados caranchos y las falsas denuncias que se abusan de las leyes de violencia de género. Pero no. Ellas se consideran parte de una lucha mayor, interseccional, que produce bajas civiles y coleterales como toda guerra. Mil padres que no volvieron a ver a sus hijos en un marco de extorsión judicial no importan.