El
mileitrumpismo es una nueva identidad política del segmento sub35, donde “el
sueño de la Argentina de los abuelos es posible”. Una generación que juega
fuerte y lo deja claro, para la cual las promesas de progreso nacional son reales y valen con peso sagrado.
Estamos
en momentos donde ciertas palabras se hacen oir. Significantes que
estaban vacíos fueron llenados, y “casta”, “ser nacional”, “sueño
americano” y “Hacer Argentina Grande Otra Vez” forman un lenguaje. Esto permite soñar a una generación
envalentonada por ser el nuevo actor político argentino. Los sub35 valoran la palabra empeñada. Si prometés, cumplí.
Los
sub35, que siendo el 40% del padrón electoral argentino lograron cambiarle el voto a
sus familiares y amigos en la última presidencial e hicieron ganar a Milei,
encuentran una identidad política acorde en el mileitrumpismo. Que es la búsqueda de un liderazgo que viene a dar una mano para poder
progresar en tu propio país.
Había algo latente en este público, que se resistía a pensarse en términos de
desigualdad de oportunidades y prefería soñar y equipararse a la experiencia norteamericana. Un patrón más cómodo para los sueños de grandeza que trae una
generación muy aspiracional, donde nadie quiere mirarse en el espejo de
sociedades empobrecidas y estigmatizadas, y todos buscan
asimilación en la Make America Great Again. ¿Y quién puede juzgarlos? Los
padres y abuelos admiran esas garras que le faltaron a ellos para ir contra las
reglas laborales famélicas, modelos de familia “disimulados”, “odiosas
comunicaciones correctas” y tanto más. Estos nuevos públicos electorales
incluso entienden mucho mejor lo que el peronismo toma de Stuart Hall, al buscar
el escenario de lucha en la cultura. Porque es ahí donde puede ganarse o perderse. Porque en el relato se pone en juego la
verdad, y además, si eso no sucede, lo demás importa un pito. Si bien votaron
por Milei se estarían aferrando a ideas que conectan más con el peronismo
original que, como dice Julio Burdman, “está de moda en todos loados, incluso en
EE.UU.”.
Este
público milieitrumpista comulga con el libreto de Trump, porque es amigo de los
grandes empresarios tecnológicos –amigo del mismísimo admirado Elon Musk- y habla
del endurecimiento de la política migratoria (primero quiero salvarme yo). Habla del proteccionismo
económico del país, y del sueño de un gran país. Porque al igual que los
espectadores de la tragedia griega que lloran con Antígona aunque ya sabían el
final de la obra, estas palabras poéticas, valen, encarnan y significan mucho más
de lo que quieren decir de modo inmediato.
Como
ha quedado demostrado, en la última elección argentina, la palabra “progreso
nacional” tiene para las nuevas generaciones la densidad y el valor de lo
sagrado. Suena como un grito desesperado para los desahuciados del
pasado reciente. Por esto también lo votaron a Trump los jóvenes de entre 19 a
29 años que antes habían votado por Biden: por el mismísimo sueño
americano de sus abuelos.
Esta
identidad mileitrumpista se identifica con la libertad de elegir, que se emparenta con
la promesa de recorte presupuestario a “escuelas con juventudes adoctrinadas”. Con la vuelta a
los valores y tradiciones nacionales, y con la socialización provocativa de las
redes y el pensamiento crítico. "Volver a poner a los padres a cargo y
darles la última palabra sobre los asuntos educativos en EE.UU." tiene mucho
que ver con los posteos de juventudes mileístas: “no necesito otros padres”.
El
deleite está en estos perfiles de jugadas plenas. Resulta muy interesante el
video de campaña de septiembre de 2023, donde Trump propone cerrar el Departamento
de Educación y devolver "toda la educación y las necesidades educativas a
los estados porque saben administrarlo". Del mismo modo, Milei inauguró
esta discusión en Argentina donde los deja en aprietos a los gobernadores
brabucando ahora por exceso de federalismo.
En
definitiva, este público nacionalista, tecnológico, audaz y divertido estaba
preparado para volverse dueño de otro ser. Ahí estaban los mileitrumpistas: para
tener estos líderes.