“Juntamente
con la comunidad eclesial, extendida por el mundo, la Iglesia en Asia
atravesará el umbral del tercer milenio cristiano contemplando con estupor lo
que Dios ha realizado desde el principio hasta hoy, y fortalecida por la
convicción de que «como en el primer milenio la cruz fue plantada en Europa y
en el segundo milenio en América y África, así en el tercer milenio se pueda
recoger una gran cosecha de fe en este continente tan vasto y con tanta
vitalidad»” [1]
El lunes 21 de abril, a las 7:35 am (hora Italia)
partió nuestro querido Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio). Son muchas las
palabras de despedida que podemos dedicarle, y sabemos que los análisis acerca
de sus 12 años y 1 mes de como Obispo de Roma abundan. Desde Primero
Argentina, decidimos abordar la figura de Francisco como la de un Papa Global. Durante estos años, Francisco llevo adelante una tarea
que ahora, con la perspectiva del tiempo transcurrido, podemos ver con mayor
claridad: llevó a la práctica
la misión universal de la Iglesia.
El catolicismo, tal como su nombre lo indica, es la
universalización de la palabra de Cristo. El katholikos, la totalidad,
significa que la práctica religiosa iniciada por Jesús tiene alcance en el
universo. Pero esta asamblea universal nació en las afueras de Jerusalén y tiene
asiento en Roma, dos faros de la civilización, y durante los siglos y los milenios
no pudo evitar ser parte de la cuna y su entorno. Se sucedieron unos a otros
los Papas del Mediterráneo, mayormente europeos, preferentemente romanos, y
desde allí la Iglesia buscaba extenderse al mundo. Hasta que, finalmente, los
cardenales cambiaron su geografía y eligieron a un Papa argentino,
latinoamericano, del Sur.
No obstante, la geopolítica que promovió Francisco
fue la globalidad. Él no fue del Norte, como sus predecesores, pero tampoco
fue del Sur. Fue católico, del Pueblo de Dios, porque su lugar fueron todos los
lugares y ninguno en particular. Y lo puso en marcha.
Emprendió su misión de forma
práctica, y operativa. Se le reconoce a Francisco su conducción, tal vez porque
creía que la construcción de la universalidad es un hacer global. No sólo abrió las puertas de la
Iglesia (“¿quién soy yo para juzgarlo?”), sino que abrió cientos de
iglesias, aún en los confines del mundo. Su período estuvo caracterizado, entre
otras cosas, por trayectos y recorridos. En 12 años realizó 47 viajes apostólicos
fuera de Italia (las únicas excepciones fueron el 2013, año de su elección, y
el 2020, debido a la pandemia del Covid-19). Motivados por su objetivo pastoral
universal, Francisco visitó 66 países, donde se destacaron destinos
hasta el momento inhóspitos para la agenda vaticana. Desde África
-como Kenia, Uganda y República Centroafricana en 2015-, pasando por el Oriente
Medio -Emiratos Árabes Unidos en 2019, Irak en 2021, Kazajistán en 2022,
entre otros-, hasta llegar a Asia. En este sentido, uno de los
primeros viajes de Francisco fue el de Corea del Sur en agosto 2014; y
podemos mencionar también, Japón y Tailandia en 2019, y su último recorrido en el
extremo oriental del planeta, que incluyó Singapur, Indonesia, Timor
Oriental y Papúa Nueva Guinea, en 2024. Francisco fue el primer Papa en pisar Oceanía
y el primero en visitar los 5 continentes.
Geopolítica del universalismo global
Cuando se eligió, a través de Francisco, al primer
Papa americano, muchos supusieron que su tarea principal sería representar y
preservar el peso de la Iglesia en el “nuevo continente”. De acuerdo con los
datos del propio Vaticano, en el mundo hay unos 1.400 millones de católicos, y casi
el 50% se concentra en las “tres Américas”; el resto se divide entre Europa
(20%), África (otro 20%) y Asia (10%; todos los porcentajes son aproximados). Sin
embargo, Francisco no hizo “(latino)americanismo”, ni “surglobalismo”, ni otros
gestos de posoccidentalidad. Hizo algo más desafiante: día tras día, kilómetro
tras kilómetro, construyó la universalidad global llevando su prédica
precisamente a aquellos rincones del planeta donde hay pocos católicos.
Retomemos los viajes de Francisco. Su primer viaje
lo realizó el 8 de julio del 2013 a la isla siciliana de Lampedusa. De sólo
20km cuadrados, esta isla en el corazón del Mediterráneo es un punto neurálgico
en el trayecto de los miles de inmigrantes y refugiados que escapan del
continente africano, rumbo a Europa. Si bien Lampedusa pertenece al territorio
italiano, algunos analistas insisten en considerar el viaje del Papa a esta
isla, y no el de Brasil (ese mismo mes y año, en el marco de las “Jornadas
Mundiales de la Juventud”), como su primer viaje “internacional”. Este
fue el viaje que marcó el rumbo del Pontificado de Francisco. Desde un
punto de vista moral, o si se quiere, de los valores cristianos, se dijo que el
Papa se ponía del lado de los últimos -de los inmigrantes, los pobres,
los excluidos producto de “la globalización de la indiferencia”-.Pero
desde un punto de vista geopolítico, y esto lo podemos ver ahora, 12 años
después, Francisco estaba construyendo un territorio único: no miraba a
Europa, tampoco a América, sino que llevaba su misión al
puente que unía a esos dos diablos ya conocidos con los buenos por conocer, que
son África y Asia. Estas periferias del mundo cristiano fueron el centro
de sus discursos.
A Europa y América, que ya fueron bautizadas y por
ende conocen sus pecados, les dedicó algunas reprimendas. Criticó a Europa por
convertirse en un continente sin niños: “Hoy vemos una forma de egoísmo.
Vemos que algunos no quieren tener hijos (...) en cambio tienen perros y gatos
que ocupan ese lugar", con una tendencia aún marcada de caída en el
porcentaje de católicos, e inmerso en un proceso sin fin de secularización, individualismo,
consumismo, y nihilismo. Y también criticó a América, especialmente a su filial
del Norte, pese a haber recibido la totalidad de los votos de los cardenales norteamericanos
en el Cónclave de 2013. Seguramente por esos votos se esperaba un Papado más en
sintonía con Estados Unidos. Como el de sus dos predecesores, Benedicto XVI y
Juan Pablo II, quienes privilegiaron las relaciones entre Washington y el
Vaticano. En el caso de Francisco, tensó la distancia ideológica con Donald
Trump desde su primer mandato, por su política migratoria y la exaltación del
muro fronterizo, y también con el católico Joe Biden, por haber fogoneado la
guerra en Ucrania.
Por otro lado, y aun siendo el primer Papa
latinoamericano, Francisco no explotó su latinoamericanidad, como
muchos hubieran esperado, o deseado. Aunque siempre estaba al tanto de lo
que sucedía en América latina, y expresaba a diario cuánto rezaba por nosotros,
su región de origen no fue la prioridad de su agenda de viajes. Paradójicamente,
en Argentina se criticó mucho a Francisco por su supuesto involucramiento en
asuntos políticos internos, cuando lo que ocurría era exactamente lo contrario:
nunca hubo un Papa tan prescindente de la política de su país nativo. Frente
a la obsesión polaca y centroeuropea de Juan Pablo II, o la intromisiónmanifiesta de tantos pontífices del pasado en la política romana -problema
central de la historia del estado italiano-, Francisco se distinguió por ser
el primer Papa que nunca visitó su tierra natal. Hasta Benedicto XVI, el
Papa que odiaba viajar, lo hizo varias veces a Alemania -incluyendo su primer
viaje oficial, donde fue recibido con lágrimas por Angela Merkel.
Pero Francisco no lo hizo por desinterés en nosotros, sino porque estaba
intentando cambiar la visualización geopolítica del catolicismo, y predicaba con su ejemplo. Dejar de
ser la Iglesia con sede en Europa y sus filiales principales en las Américas, y
pasar a ser una institución verdaderamente universal, requería poner la mirada
en África, en Asia Pacífico, y acercarse a China. Las relaciones entre Roma y Pekín se complicaron
cuando el Partido Comunista Chino (PCCh) tomó control del proceso de nombramiento
de los obispos en el país, sin autorización del Vaticano. Desde entonces, la
Iglesia Católica China sufrió un proceso de virtual fractura entre la oficial,
que rinde cuentas al PCCH, y otra fiel a Roma, lo que trajo como consecuencia
una fuerte persecución, censura y represión a los fieles de ésta última.
Si bien Francisco no visitó el gigante asiático, su
Papado se caracterizó por buscar un constante diálogo con el gobierno de Xi
Jinping, y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Vaticano
y Pekín. En este
sentido, en el 2018 se firmó un acuerdo provisional (que se renovó por última
vez en octubre del 2024, por cuatro años más), en el cual se estableció la colaboración
entre la Santa Sede y el gobierno chino para el nombramiento de los obispos en
el país. Por otro lado, a partir del mencionado acuerdo, el Vaticano recuperó
la potestad de aprobar o rechazar el nombramiento de los obispos por parte del
PCCH. Sin embargo, el acuerdo fue entendido como un mero mecanismo para
ratificar nombramientos hechos unilateralmente por el gobierno chino; y
Francisco fue duramente criticado por no haber condenado enfáticamente al
gobierno de Xi Jinping por la situación de los cristianos en el país.
Fratelli tutti, e tutte le cose
Tal vez el documento que mejor expresa la geopolítica
de Francisco fue su encíclica Fratelli tutti, que apela a la noción de
fraternidad universal como ética del cristianismo, y como respuesta a los
problemas políticos y sociales globales. Allí, la Iglesia universal se propone
como la alternativa verdadera en el plano terrenal de nuestro siglo. Ahí está
todo lo que se necesita para entender la geopolítica de
Jorge Mario Bergoglio.
Pero Francisco, el Papa político, también dejó su
marca en la administración de las cosas. Y eso tendrá inmediato
impacto en el Cónclave para la elección de su sucesor, que se prevé que
comience el 7 de mayo de este año, en Roma.
Los viajes de Francisco alrededor del mundo le
permitieron conocer y elegir a los cardenales que formarán parte del Cónclave,
el proceso electoral “bajo llave” que se lleva a cabo entre 15 y 20 días
después del fallecimiento del Papa. Este año, de los 135 cardenales
electores, el 80% fue elegido por Francisco, lo que se suma al 16% de Benedicto
XVI, y el 4% que data del período de Juan Pablo II. Si bien la mayoría
relativa la mantienen los europeos con un 39% de presencia en el Cónclave,
son 53 en contraposición a los 61 del 2013; se produjo un aumento del
número de cardenales provenientes de Asia (23), África (18) y Oceanía (4).
La presencia de Estados Unidos y Canadá también tuvo un leve aumento (de 8 a 14
integrantes), mientras que América Latina mantiene el mismo número de
cardenales (23).Tras 12 años de Francisco, el porcentaje de cardenales
asiáticos en el actual Cónclave llegó al 17% del
total. Esta sobrerepresentación
de los asiáticos, un grand continent donde sólo 3 de cada 100 personas
profesan la religión católica-, es una redistribución del poder en la
elección del próximo Santo Padre.
Mientras que la visión geopolítica de Bergoglio, y de
Francisco, quedaron plasmadas en su tercera encíclica papal, la geopolítica
práctica de su Papado está expresada en la nueva composición del Cónclave.
Veremos si los cardenales deciden continuar con la misión de Francisco hacia la
Iglesia Global, o si prefieren volver a una mirada más puesta en los
territorios donde habitan la mayoría de los feligreses. Francisco propuso una
opción. Pero el reino, como se sabe, no es nuestro.