El fenómeno Milei y la identidad nacional de los argentinos
Jorge Castro
6 de octubre de 2024
Como todos los
grandes estrategas de su época, surgida de la experiencia de la Primera Guerra
Mundial y de la más estricta formación castrense, Perón era un profundo
determinista porque consideraba que la inserción de la técnica en la estructura
fundamental de la economía y de la sociedad fijaba el rumbo de los
acontecimientos. Y esto ocurría porque su conversión en el núcleo del poder se
revelaba en el hecho de que los hombres han perdido el control de dichos
acontecimientos, que tienen por eso un carácter inevitable e ineludible. Y al
mismo tiempo muestran una condición nítidamente histórica, porque se despliegan
en el tiempo y lo hacen en forma evolutiva.
Dijo Perón el 1
de mayo de 1974:
“El mundo viene evolucionando y los hombres creen que son
ellos los que lo hacen evolucionar. Son unos angelitos. Ellos son el producto
de la evolución, pero no la causa. El mundo evoluciona por factores de
determinismo y fatalismo histórico. Hay muchos factores que los hombres no
controlan, lo único que éstos hacen cuando se les presenta la evolución, es
fabricar una montura para poder cabalgar en ella, y seguirla”.
Algo semejante
señaló en su momento Raymond Aron:
“La historia no es determinista, pero hay un
determinismo en la historia”.
Esta es también
la concepción clásica de Maquiavelo, quien según Quentin Skinner advirtió que
“…la clave del poder se encuentra en la capacidad de los gobernantes para
reconocer la fuerza de las circunstancias, aceptar los dictados de la
necesidad, y armonizar el propio comportamiento con el signo de los tiempos”.
Estados Unidos y el poder mundial
La cuestión
política central de este momento histórico en el mundo es dónde está y en qué consiste el centro y eje del poder sustentado en la revolución de la técnica. Y la respuesta es inequívoca: la tecnología crucial es hoy la Inteligencia
Artificial (IA), que ha sido creada y está impulsada por la primera y más avanzada
economía del mundo, que es la de Estados Unidos.
Frente a esto, la
cuestión es establecer cuáles son las características del sistema mundial de
nuestro tiempo. Y la respuesta es que se trata de un mundo absolutamente
integrado por la revolución de la técnica; y donde la puja entre las
superpotencias – Estados Unidos y China – profundiza cada vez más su integración.
Una conclusión
de extrema importancia de esta constatación es que no hay posibilidad alguna de una Tercera Guerra Mundial, un dato
estratégico fundamental para los países de América del Sur, sobre todo Brasil y
la Argentina. Ha surgido en
suma una sociedad global definitivamente integrada, que actúa sobre la base del
principio de instantaneidad, y en la que todos los aspectos económicos y
sociales tienen un carácter global.
Hay un solo
aspecto decisivo que no reúne esa condición, y es la identidad nacional de los
pueblos del sistema.
La identidad cultural
de los argentinos es nítida, y muestra una profunda raigambre occidental. “Todo
Occidente es la patria espiritual de los argentinos, y nuestros son tanto el
Dante por Italia, como Shakespeare por Gran Bretaña, o Cervantes por España”,
dice Jorge Luis Borges.
Pero la
Argentina no es solo una nación de honda identidad occidental, sino que también
es una con intereses y exigencias específicas situada en un espacio
determinado, que es América del Sur. Y dotada de una historia, que es una
trayectoria y una memoria en el tiempo, así como una proyección – y una
propuesta – de vida en común.
Para la
Argentina como nación no hay tarea política más importante que participar
activamente del fenómeno central de la época que es la IA. Y para eso hay que remontar el hecho crucial del país, que es la pérdida
absoluta de su credibilidad, ante todo de los argentinos sobre sí mismos, y
también la del mundo respecto al país.
Acerca del
desarrollo inmediato de la Argentina conviene señalar que la IA es un extraordinario e históricamente único potenciador de la
productividad, por lo que para un país estancado desde hace más de once años, y
que comienza a recibir a través de la RIGI la primera inversión extranjera
significativa de los últimos veinte años, el efecto de la IA es que tiende a acelerar vertiginosamente el plazo de convergencia con las
economías más avanzadas, encabezadas por Estados Unidos.
El fenómeno Milei y el hiperpresidencialismo
El presidente
Javier Milei, tras ser elegido por 56% de los sufragios (14.5 millones de
votos) ha tenido el acierto estratégico fundamental de abordar una cuestión
crucial para el país, que es reducir sistemáticamente la tasa de inflación hasta
eliminarla. Lo que es decisivo en términos económicos, sociales y políticos en
un país mega e hiperinflacionario como la Argentina.
Recuperar un
mínimo de la credibilidad perdida es lo que ya ha conseguido el gobierno de
Milei, luego de ocho meses de política de déficit cero y de superávit fiscal y financiero,
con una devaluación de sólo 2% mensual.
Esto se ha
logrado con el ejercicio pleno del hiperpresidencialismo de la Argentina, en
una situación de crisis y de emergencia nacional. Y es lo que abre perspectivas
más ambiciosas como la ampliación en gran escala del régimen de los RIGI y la
búsqueda hasta tornarlo activo en el proceso de acumulación de la gigantesca
masa de ahorro doméstico que tienen los argentinos.
El segundo acierto
histórico de Milei es su política exterior, donde el trazo fundamental consiste
en la alianza estratégica con Estados Unidos, el eje y centro de la nueva revolución
tecnológica de la IA -y, por lo tanto, del poder mundial.
Este es, en síntesis, el fenómeno
Milei: una combinación absolutamente argentina de alta tecnología,
desregulación generalizada y profundización de la identidad nacional y
cultural.