Estar en el club de los NiNis, los jóvenes que ni estudian ni trabajan, es pasar con cierta dignidad al anonimato de ser solo hijos de Dios, sin pertenecer a la casta. No obedecer a restrictivas condiciones laborales ni depender de títulos académicos, es para muchos jóvenes ser libres en otro sistema de subsistencia y creatividad; es decir ser inagotables emprendedores virtuales. Sobre todo si enfrente te ofrecen el salario mínimo en 280.000 pesos y te limitan las posibilidades de acceso convirtiéndote en los ‘nuevos desempleables’, los que siempre esperan “oportunidades reales”.
El gobierno, a través de la ministra Patricia Bullrich, recoge este sentimiento de crítica y desencanto y busca participar desde estos mismos objetivos antisistema, rechazando la temporalidad “normal” que siempre ha tenido la política regida por el plan de asistencia a largo plazo atada al ritmo de las instituciones y las elites. ¡Vuelve el Servicio Cívico! Les da a los pibes un orden y herramientas rápidas, les paga para que estudien y se capaciten y “hagan la de ellos”. Antes Cristina lanzaba el Plan Progresar (2014), donde "la contraprestación era solo estudiar”.
Sucede que como demostramos en el último informe “Milei y el orden” de Isasi/Burdman las políticas de seguridad son el gran común denominador de estos tiempos. Las últimas medidas anunciadas en esta materia le permiten al gobierno maximizar voluntades y ganar apoyo popular, una estrategia clave para calibrar perfiles de candidatos para las legislativas 2025. Las medidas de seguridad tienen amplia aceptación en la sociedad argentina. En el caso de los jóvenes, el 81% de los argentinos aprueba la implementación del Servicio Cívico y solo un 15% se manifiesta en desacuerdo.
Los Ninis son parte del fuerte núcleo mileista aglutinados por sentimientos contrasistema y fracturados por los resultados económicos de los gobiernos anteriores, y ahora, vienen a legitimarse a través del Estado. Es un dato relevante porque estos nuevos clivajes antisistema son la gran base del surgimiento de LLA. Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan se refieren a cómo las divisiones sociales o fracturas se cristalizan en oposición y dan forma a nuevos partidos a partir de que existen en la sociedad ciertos sistemas de división social y política que los configuran. Lo que plantean es que estos nuevos partidos que representan ciertas condiciones de protesta presentan así una dicotomía conflicto-integración: es decir, forman alianzas estables sobre valores o divisiones en conflicto dentro de un cuerpo mucho más amplio, porque entran en el Estado y ayudan a legitimarlo y consolidarlo mediante la competición democrática. Sobre este punto, muchos de estos jóvenes que buscaban otras alternativas extrainstitucionales tras fracasar meses y años dentro del sistema, apostarían al orden y a las capacitaciones de Estado para lograr oportunidades reales dentro del sistema.