Primero Argentina. 

Cómo reconstruir la educación

Facundo M. Quiroga

19 de enero de 2025

Abordar la educación en nuestro país no es una tarea de primer orden para el sentido común político. Respecto de la agenda de preocupaciones nacionales, no suele ser nombrada con la frecuencia y urgencia de la inseguridad o la inflación, pero sí acostumbra proferirse como una especie de respuesta última al preguntarse sobre cuestiones culturales y sobre todo morales: “el problema es la educación”. 


Los eventos relacionados a las movilizaciones en defensa de la Universidad pública volvieron a ubicar en este año el tema en la agenda mediática, pero, como se verá, ya ha desaparecido. Sostenemos que una de las falencias de los análisis actuales respecto del tema, además de la moralización de las posiciones a su respecto, está relacionada con la imprudencia de las consignas de coyuntura, sin explicar el origen y desarrollo de la compleja trama de relaciones que vinculó la esfera educativa a la sociedad argentina. 


Desde su fundación como sistema, con la Ley 1420 de 1884 durante el gobierno de Julio Argentino Roca, cada proyecto nacional intentó, con más o menos éxito, vincular los sujetos a una unidad política y económica que incluía el desarrollo arraigado en determinados valores insignia. Así, la Escuela Normal se sustentó en tres pilares fundamentales: la alfabetización masiva, la integración de la población a la Nación y el Estado Argentino, y el disciplinamiento de los futuros ciudadanos en el marco valorativo del orden social liberal.


Durante el peronismo, el sistema educativo conservaría una gran cantidad de sus rasgos de origen basados en el normalismo, pero añadiendo otros tres elementos que forman parte de su impronta: la educación como derecho básico, la concepción de la infancia como esfera de protección, y la formación media y superior para el ámbito laboral en orden de concretar una integración entre capital y trabajo para una sociedad industrial pero económicamente independiente: la llamada “tercera posición”. 


Así podemos continuar con los proyectos desarrollista, dictatorial y socialdemócrata. Pero hay que señalar que en las décadas transcurridas entre el peronismo y el menemismo existió un retroceso a la hora de pensar un sistema educativo en desarrollo coherente con un proyecto de nación: a diferencia del liberalismo y el peronismo, el anhelo de integración de la sociedad y sus sujetos e instituciones educativas a un modelo de nación apenas quedó en iniciativas irregulares. 


El desarrollismo impulsa instituciones científicas con el fin de aportar cerebros a la modernización pero sin una coherencia entre los distintos niveles educativos, el alfonsinismo convoca a un Congreso Pedagógico que no se cristaliza en propuestas concretas salvo en la introducción de la “educación democrática” y demás abstracciones. En definitiva, los vaivenes políticos y económicos del país se apoderaban de las discusiones en torno de qué educación debíamos tener. 


Estos vaivenes finalizan con el menemismo que estructura un modelo educativo asentado sobre nuevos cimientos que tendrán una continuidad que, a nuestro juicio, y en contra de la mayoría de los análisis, permanece, bajo otros disfraces ideológicos y retóricos, no sólo vigente en los estratos de gobierno y gestión sino también ampliamente legitimado a nivel social. El menemismo, así como en muchos ámbitos de la vida civil, desarrolla una revolución educativa a su manera, como mínimo, en tres ámbitos fundamentales.


El primero, la estructura misma del sistema: se exacerba la federalización y la fragmentación de todos los niveles educativos. Progresivamente, se van diferenciando las instituciones privadas de las públicas respecto de los recursos, modalidades y perspectivas de progreso. También se descentraliza la construcción de contenidos, quedando supeditados a la interpretación que cada jurisdicción realice de los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios. Esto conlleva a una fragmentación incluso en la validación de las trayectorias estudiantiles de los alumnos y laborales de los docentes. 


En segundo lugar, aunque sea incorrecto señalarlo en ciertos ámbitos, se produce un estallido de la matrícula universitaria como nunca en la historia, de acuerdo al nuevo profesional que un proyecto de nación proveedora de servicios necesitaba. Comunicación, Ciencia Política, Marketing, Relaciones Laborales, Recursos Humanos, Economía, Derecho, y una miríada de posgrados serán los protagonistas del nuevo mercado académico que proyectará la Universidad argentina hacia afuera, pero también hacia adentro, con la creación de casas de estudios, por ejemplo, en el conurbano bonaerense, pero también en otros puntos del país.


En tercer lugar, la concepción de la educación como un proyecto individual. El mercado educativo que se construye aceleradamente desde la década del noventa, comienza a desarrollar una subjetividad cada vez más centrada en el ascenso social no concebido como un hecho virtuoso inscrito en la comunidad política en su conjunto sino como un logro individual: el “estudiá lo que querés”, “cumplí tu sueño” (que en muchos casos implicaba la articulación con el viajar y conocer el mundo), se convirtieron en aspiracionales que descansaban sobre el sellado de un diploma. 


La descripción de estos rasgos no significa que desdeñemos la continuidad y el impulso que el kirchnerismo dieron a la formación superior, dirigiendo sus esfuerzos a una articulación que consolide la relación de la Universidad, la ciencia y la tecnología, sobremanera con el rol del país como exportador de commodities, durante la llamada década ganada, valga decir. Tampoco le resta importancia al intento de reconfigurar el sistema a través de una nueva Ley Nacional, pero marcar estas continuidades es necesario para poner en entredicho que se haya estado fraguando, a través de los lugares comunes que el modelo educativo progresista asentó en las ideas de “Derechos Humanos” y “diversidad”, una revolución educativa que intentó acabar con el modelo menemista. 


Ahora bien, ninguno de estos tres elementos ha sido puesto en duda por la mayoría de los análisis de coyuntura. Para poder entender el problema de la educación como proyecto nacional, debemos comenzar a pensar estas tres continuidades no como virtudes en sí sino como problemas. Es así como cerramos estas breves apreciaciones abriendo algunas preguntas.


Antes que nada, ¿continúa siendo válido el recurso de separar lo “público” como puro y virtuoso de lo “privado” como un enemigo de la sociedad? La exacerbación de la educación pública per se sin circunscribir los esfuerzos del estado nacional hacia un plan educativo coherente y de largo plazo, ¿se condice realmente con el panorama social que grafica un sentido común alejado de las prenociones respecto de dicha relación? ¿Por qué no pensar, más allá de que se trate de instituciones públicas o privadas, en que hay un trasfondo de fragmentación que constituye uno de los principales problemas a solucionar en tren de reunificar el sistema sin perder federalismo? 


Otra cuestión fundamental es qué relación guarda la Educación Superior, sobremanera la Universidad, con las demandas estructurales, y de qué forma se ha utilizado el sintagma de la “autonomía universitaria” para desligar la formación y la investigación de dichas demandas, lo que termina legitimando, a la larga, la concepción neoliberal de la Universidad, el mercado de créditos académicos comandado por instituciones transnacionales sin vínculos con la realidad situada del país. 


Finalmente, ¿es suficiente mencionar solamente que la educación debe continuar siendo un mecanismo de ascenso social para poder defenderla? ¿Qué tanto hemos asimilado, en el fondo de nuestros razonamientos, el imaginario individualista de una educación en todas sus etapas para “cumplir el sueño” de tener un título sin la debida retribución al país que construyó las condiciones para poder “estudiar lo que yo quiero”? ¿El sistema educativo debe estar diseñado para que cada individuo estudie y se reciba de lo que quiere? 


Somos conscientes de que hay una necesidad estructural de reunificar el sistema educativo vertical y horizontalmente, y para ello la articulación institucional a través de Colegios Nacionales federales que condensen los núcleos básicos de conocimiento teórico y práctico puede ser una buena iniciativa. Nos mueve la necesidad de reconstruir la formación y el desarrollo de sujetos conscientes de su papel de miembros de una comunidad política integrada y proyectada como Nación. 

Argentina en la geopolítica de Trump Roca, liberalismo y nacionalismo